Elegía con lágrimas negras

De golpe, el piano dejó de sonar,
los acordes cayeron desde las estrellas,
y un trueno enmudeció a Granada entera.
Te fuiste corriendo sin poder avisar,
y ahora es el insomnio lo único que queda.

No estás, y tu memoria inunda mi pecho.
No estás. Tu vacío evoca mis pesadillas,
asesinas de nuestros podridos recuerdos,
en los que hoy bailas junto al resto de esqueletos
un triste vals sobre mi mejilla.

Quiero llorarte mares y ríos,
pero mis ojos viven secos
porque tu sonrisa no está,
porque duele saber que se ha ido.

La luna sonríe al ver mi rostro de pena,
mi voz, débil, no me permite gritar.
Ya no hay nadie que me proteja de esas hienas
que visten siniestras mascaras de azucenas,
y me susurran que nunca volverás.

No se trata de la tristeza de mi llanto.
No se trata del destino irrevocable.
No, nada de eso.
Se trata de la rabia del encadenado
a este mundo injusto e imperdonable.

Sé muy bien que nunca podrás leer estos versos
pero aunque no estés conmigo, quiero que sepas
que el llanto mío, tiene lágrimas negras
tiene lágrimas negras como mi vida.






















Dedicado a Ernesto González Martín

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