El calor consecuente


La endeble luz me ciega,
sólo escucho los gritos de la luna,
y el lejano mar tiembla,
carente de ternura
se esconde, encubierto por la bruma.

Así, cientos de ríos se habrán secado,
seremos condenados por usura
a estar mil años sin poder rozarnos.

Y en la soledad de mi llanto,
me acerco a tu alegre melodía
que me deja cabeza abajo,
y me dibuja una sonrisa.

Pero me atormenta mi triste alma impía
borracha de resentimiento y ron
que apuñala de frente, a sangre fría.

Ahora escucho a la flor
perdida en el desierto del olvido,
rugiendo como un león,
enfadada ante lo que está podrido,
y diciendo: libertad, a ti te ansío.

Comentarios